CAPITAL FEDERAL, Septiembre 02.-(Por Mario Wainfeld) Jóvenes moviéndose por doquier. Votar a los 16, una propuesta que amerita una discusión serena. Experiencias comparadas. Derechos y deberes ya estipulados por leyes argentinas. Denuncias y editoriales enfadados, el espantajo de la ambición electoral. Ampliaciones de derechos: casos, antecedentes. Reformas que avanzan.
Miles de estudiantes chilenos pueblan las calles, trastruecan el sistema político, crean o adecuan consignas, incorporan demandas. Tuvieron en vilo a la ex presidenta Michelle Bachelet, ahora jaquean a su opositor-sucesor Sebastián Piñera. Reclaman por derechos, que en su mayoría rigen en la Argentina desde hace décadas. Son una torrentada, con discurso propio, cuestionamientos a un bipartidismo demasiado sesgado a derecha.
En Francia, pocos años atrás, jóvenes de barriadas populares protagonizaron jornadas de violencia política. Bregaban por visibilidad por trabajo, por equidad, por que se internalizara que son franceses, descendientes de migrantes a quienes se sigue discriminando por su origen o tonalidad de tez.
El desempleo en la Unión Europea es plaga, adivinen cuál es el tramo etario más vulnerado.
En el Manual de derecho penal, escrito por Eugenio Raúl Zaffaroni, Alejandro Alagia y Alejandro Slokar, se remarca que “los hombres jóvenes son los preferidos para la criminalización (mientras) la victimización violenta se reparte entre éstos, los niños, los adolescentes y los ancianos”.
En la Argentina, un proyecto oficial para conceder derecho a votar a las personas que hayan cumplido 16 años desata la consabida tormenta tropical. Los sectores irredentos de la oposición se alinean enfrente, de pálpito, denuncian manipulación. Desdeñan, sin explicitarlo, la inteligencia y autonomía de los potenciales nuevos votantes.
La Nación gatilla un editorial, flojito como pocos, y lo dispara casi sin mirar.
Es una saludable norma de ampliación de derechos, opinable... pero va en el rumbo indicado por las tendencias locales y mundiales. Ampliaría la participación ciudadana, un objetivo que se supone muy valorado y compartido. Una eventual ley “templada” que atañe a variables complejas no habilita la furia y esquematismo con que se le responde. La celeridad del oficialismo, su afán turbulento de acelerar al mango sus iniciativas puede motivar recelos o críticas. Pero en el fondo de la cuestión, sencillamente, el kirchnerismo es más audaz e innovador que sus alternativas. Y cuenta, dato nada menor, con capacidad de convertir sus propuestas en realidades.
Las interesantes movidas de ampliación de derechos de los gobiernos kirchneristas pueden, a estos afectos, clasificarse en dos vertientes. Algunos habían sido reclamados por minorías activas (de los sectores involucrados, académicas, culturales, políticas, militantes y algún etcétera): la ley de medios, la Asignación Universal por Hijo (AUH), el matrimonio igualitario. El oficialismo se montó, con su potencia impar, en oleadas preexistentes.
En otros casos, los reclamos no gravitaban tanto o no existían, al menos en la esfera pública. El cronista anotaría allí los beneficios previsionales y laborales para las empleadas domésticas, la universalización de las jubilaciones para quienes no tenían aportes (amas de casa) o no estaban al día. La génesis distinta no les resta valor ni legitimidad. El voto a los 16 puede añadirse a esta lista.
Quienes vaticinan manipulación, control de las decisiones de chicos y chicas adolescentes dentro de un año, tres o cinco, saben poco de política y subestiman el peso que tienen los derechos universales.
Una vez institucionalizado el derecho, sus titulares lo defenderán, lo harán suyo y lo expresarán como mejor les plazca. Tal el encanto de los derechos universales: se incorporan al patrimonio de su titular y guay de quien amague sacárselo, máxime en la Argentina democrática.
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La mirada de los otros: La Nación camina en la cuerda floja cuando fulmina la idea. Algo ha cambiado en el siglo XXI: la platea de doctrina debe a veces sofrenar la sinceridad, disimular su idiosincrasia. El clima de época imperante desautoriza ciertos discursos. Nadie podrá aseverar si esta variación perdurará por siempre o por mucho tiempo. De momento, discriminar “de frente” queda muy feo, deja en falsa escuadra, aun a un medio confesamente procesista. Aleluya, por lo pronto y mientras dure. En el ínterin, pues, La Nación no descalifica la inteligencia de pibes o pibas. Ni siquiera subestima a los inmigrantes con más de un año de residencia en el país, que podrían ser comprendidos en el nuevo régimen electoral. Su argumento en contrario es endeble, de oportunidad.
No hay que hacer tantas reformas en poco tiempo, ralentan. El año pasado se implantaron las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), rememora el editorial. Y alerta: su resultado anticipó el de las elecciones generales. O sea, la herramienta que es un avance, ya ensayado en la provincia de Santa Fe, se descalifica por una contingencia coyuntural: hubo demasiados votos para Cristina Fernández de Kirchner. Pecado mortal, para el dogma pseudorrepublicano. Sobraron motivos políticos, económicos y sociales para explicar el aluvión en las urnas, es necio atribuirlo monocausalmente a la innovación de las PASO. De ahí a la excomunión del mecanismo hay un milímetro de distancia, el periódico mitrista lo recorre a paso redoblado.
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